jueves, 8 de diciembre de 2011

EL DÍA QUE NO ÍBAMOS A RECORDAR


En los días del fin del mundo soy como un lobo negro que camina por la ciudad con la cabeza adolorida, es domingo, domingo de los tiempos del fin del mundo, es psicótico, lento, a veces un poco rápido, se derrama, y los colores se debaten entre opacos y eléctricos.

Ando más negra que de costumbre y me apetece un poco de carne, un silencio magnifico me rodea, me siento como el animal salvaje que esta a punto de reventar por el estrés. Ando por el parque, y siento el olor a sangre, esa sangre, que hambre tengo. Puedo pensar, pienso un poco en la sangre, su sangre, se ha raspado la rodilla porque anda tropezando con el mundo, mirando hacia otro lado, como absorto en la luz de la tarde y siento que debería darme un festín con su pierna.

Días como hoy tengo que aprender a cazar, a mirar desde la distancia, estar alerta y ser tan negra como el aire que me golpea, no puedo hacer más que concentrarme en la rodilla sangrante, en las dos tímidas gotas que salen de la piel áspera; él esta solo, como si nadie le mirara desde la distancia, como si yo no le mirara en lo absoluto, anda con la mirada perdida, porque los días apocalípticos son para pensar en otras cosas, cosas que le pongan el corazón en puntitas de pies y le enloquezcan la respiración, mientras tanto yo me abrumo negra con su sangre.

Los domingos se anda un poco desprevenido, sin esperar nada, ningún sobresalto, y hoy, él anda con sus rodillas rojas como cualquier domingo, mirando hacía arriba, mientras el aire se acelera bajo mis pies, mientras calculo, mientras espero el momento preciso para correr y él no me mira, no se da cuenta, hasta que…

Es detestarlo, desearlo y luego detestarlo de nuevo, soy yo, el lobo que te muerde la piel y hoy puedo contarte la historia sobre ser un lobo en los días del fin del mundo y probar la carne fresca, esa carne que sabe eléctrico, que sabe a sal, a azúcar a que lo detesto y es la mejor rodilla que he comido en mi vida.